La hermana del desván, de Gøhril Gabrielsen (Las afueras) Traducción de Ana Flecha Marco | por Gema Monlleó

Gøhril Gabrielsen | La hermana del desván

“Naciste de una certeza y de esa certeza se te creó.
El trasiego de la Tierra es la muerte. El olor de la Tierra es la muerte.
Giras la cara. Cierras los ojos y te tapas la nariz. La podredumbre, la asquerosa y vomitiva porquería de la Tierra es superior a tus fuerzas.
Quieres vivir.” 

“Imagina un desván, no un desván cualquiera, sino uno situado en un remoto lugar al norte del mundo, dejado de la mano de Dios”. Imagina una casa en el bosque, aislada entre zorros y renos, de la que en invierno sólo es posible salir en moto de nieve a por víveres a varios kilómetros de distancia. Imagina dos hermanas de mediana edad, una físicamente enferma, dependiente, con muy poca movilidad, y otra psicológicamente herida. Imagina la orfandad desde la juventud. Imagina la soledad, la desconfianza, la falta de alternativas, la parálisis emocional. Imagina las noches de sol y los días de oscuridad, los mosquitos, las avispas, los escarabajos, las ratas, los pájaros, los carroñeros. Imagina pelo, chicle, almohada, tijeras. Imagina “el mutismo de las cosas que no tienen la oportunidad de expresarse, el pasado amordazado por la vida del piso de abajo y de la naturaleza que está justo ahí fuera”. Imagina la reclusión del cuerpo. Imagina la reclusión de los cuidados. Imagina la risa y los juegos de los otros, y la oscuridad y la quietud propias. Imagina el agotamiento, el odio. Imagina el maltrato, las palabras, los gritos, los golpes, las discusiones, la ira. Imagina el sigilo y las voces, los susurros y el jaleo. Imagina la invisibilidad. Imagina el deseo de invisibilidad. Imagina el castigo de la invisibilidad. Imagina el infinito de la invisibilidad. Imagina los páramos, imagina ser abono para los páramos. Imagina estar hueca, que los otros te perciban hueca, desear estar aún más hueca. Imagina una cama, unos cojines, unas paredes, un armario. Imagina cada día una cama, cada día unos cojines, cada día unas paredes, cada día un armario. Imagina los abedules retorcidos, los cortes y las heridas en la naturaleza, en la naturaleza humana. Imagina una madeja de lana que cae, y cae, y cae, y cae, y se deshace, y se queda deshecha. Imagina el otoño, la matanza, la carne seca, los ahumados, la picada, la sangre. Imagina el mono de moto, la chaqueta naranja de cuellos blancos, la camisa negra, el delantal negro de encaje. Imagina los nombres: Ragna (“quiere deshacerse de mí desde lo más profundo de su ser, a pesar de que le sirvo de escudo frente al mundo”), Johan (“un hombre que viene para quedarse”), la hermana del desván, la hermana sin nombre. “Con las manos entrecruzadas sobre el pecho, constato en silencio que es imposible ignorar mi existencia, simplemente porque existo. Existo.” Imagina las astillas, la chimenea, el suelo. Imagina “la rabia siempre presente que genera la pérdida de la propia vida”. Imagina el queso, el té, la morcilla, el pan. Imagina un cuerpo, dos cuerpos, un cuerpo con el cuerpo, un cuerpo con el alma. Imagina clavos, tuberías, martillos, tablas de madera podridas, destornilladores, marcos de ventanas, sierras. Imagina pechos sobados, gruñidos, ráfagas de viento, crujidos. Imagina las fuerzas destructivas, la desintegración, el fin. Imagina la fragilidad, la vergüenza, la fragilidad, el abandono, la fragilidad. “¿Qué tengo yo que perder? Nada más que mi ruinosa existencia, pero incluso eso me resulta demasiado querido, demasiado bueno para abandonarlo”. Imagina soñar y ser un pez, o algas, o una piedra en el río, o Ofelia. Imagina puños y axilas y uñas y cuello y colmillos y ojos. Imagina “el ruidoso graznido que emiten sus cuerdas vocales”. Imagina las tazas de la alacena, los nudos de la madera, el polvo. Imagina la sed, el hambre, el orín y el hedor. Imagina las bayas y las moras árticas. Imagina una cáscara dura y vacía. Imagina una víctima y una quebrantadora. Imagina: “¿Puede que yo, la tullida, haya dado origen a un ser lisiado, mudo y vacío?”. Imagina una voz que “parece salir de una cueva profunda”, imagina unos gritos que “son un vómito que lo único que despiertan es el asco”. Imagina la escarcha, tiritarle al frío. Imagina un colchón de espuma, un vestido verde con borlas, las canciones de una boda. Imagina lonchas de salmón ahumado, crema agria, asado de alce, tarta con bayas, galletas de barquillo, vino tinto, aguardiente casero. Imagina “un poder que solo la certeza de una felicidad inminente puede crear”. Imagina el terror, la crueldad, la humillación. Imagina cuervos. Imagina una corona de blonda, un canturreo, un baile, un festejo. Imagina la vulgaridad (la que tiene “cara, cuerpo y verbo”), lo ordinario, la vergüenza. Imagina el sexo, el camisón rojo, el sexo, las bragas rojas, el sexo, el pintalabios rojo, el sexo. Imagina el destino, la excusa, ¿lo inmutable? Imagina la fiebre, el llanto, el sudor, el llanto, la inmundicia, el llanto. Imagina un collar de cuentas, y las cuentas que caen, y caen, y caen, y el cuello desnudo. Imagina “voces que suben y bajan en una partitura discordante”. Imagina un secreto, un sobre marrón y desgastado, una amenaza, una hoja en blanco. Imagina el miedo, el arañazo, los dedos en el pecho, los vasos sanguíneos, los muslos sucios de roña. Imagina las llanuras y la claustrofobia. Imagina un estado onírico, y desaparecer. Imagina una “cama que me envuelve, cálida y suave. Nadie más en el mundo me recibe de la misma manera: amor incondicional y que no juzga mis actos”. Imagina la maldad y el veneno, la ansiedad y la rabia. Imagina gritos y cuerdas y lagos y hielo y silencio: “el cielo, la oscuridad, las estrellas en el espacio infinito: no, no estoy hueca. Estoy llena de posibilidades y de las más extrañas experiencias”. Imagina costuras abiertas, calcetines, medias, agujeros. Imagina reescribir los diez volúmenes de La universidad en casa. Imagina los libros de la biblioteca, los cuadernos y los márgenes. “Imagínate que tuviera la desgracia de seguir viviendo a través de los siglos en una sucesión de existencias”. Imagina la fantasía. Imagina. 

“La mujer de las muletas que vive en medio de la nada exclama hacia el cielo: ¡Basta de una maldita vez! Los animales salvajes se detienen, aguzan los oídos: ¿Es eso un ruido humano? Entonces siguen su camino. No ha sido nada; solo el murmullo del silencio.” 


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